Tres horas más de viaje y, tras una curva a la derecha, contemplamos una panorámica de Maruata increíble. Unos cuantos pitidos para celebrar nuestra llegada, y cogimos el desvío que nos llevase hasta la playa.
Una vez más nos bajamos de nuestros respectivos coches con impaciencia por ver la playa, el mar, la gente… había tres playas (nos explicó un lugareño bastante colocado). La más grande es donde mejor ambiente había porque se llena de gente joven. Las otras dos eran más tranquilas y bonitas. Dado que queríamos conocer gente optamos por la primera opción.
Llegamos a la playa donde nos íbamos a quedar. Había una especie de techumbres de palma bajo las cuales se podía acampar por 30 pesos (algo menos de 2 €). Buscamos el lugar adecuado, y montamos nuestro campamento, con ciertos aires de Gastetxe. 2 tiendas de campaña, 3 hamacas y una Ikurriña que no tardo en triunfar (flipé cuando un mexicano nos vino a hablar de Kortatu y Fermín Muguruza).
Ya instalados, comenzaron 3 días de tranquilidad (tónica general del viaje), alterada por las hogueras nocturnas con vecinos de tiendas, méxicanos la inmensa mayoría, y con los que hubo un rollo cojonudo en todo momento. Los días transcurrían entre paseos, baños, hamaqueo, cocos, pescadito, más cocos, cervezas, sol y más cervezas.
Lo mejor de esta playa era la diversidad de gente que había. Desde nuestros vecinos, una pareja de 40 años pasados, más majos que la hostia y con un rollo hippie elegante, hasta otros que se sentían los más hippies por su admiración a los alucinógenos (pero que nos hicieron pasar ratos muy divertidos). Tuvimos la suerte de encontrar gente encantadora, con la que las noches pasaban volando alrededor de una buena hoguera (todo ello amenizado por tequila con toronja, por supuesto).
Para rematar la jugada, pudimos comprobar que Maruata es uno de esos lugares en los que no te sorprendes si mientras vas en una barca te encuentras con una tortuga o con dos ballenas. Sin duda, un lugar en el que perderse.
Continuará.
Una vez más nos bajamos de nuestros respectivos coches con impaciencia por ver la playa, el mar, la gente… había tres playas (nos explicó un lugareño bastante colocado). La más grande es donde mejor ambiente había porque se llena de gente joven. Las otras dos eran más tranquilas y bonitas. Dado que queríamos conocer gente optamos por la primera opción.
Llegamos a la playa donde nos íbamos a quedar. Había una especie de techumbres de palma bajo las cuales se podía acampar por 30 pesos (algo menos de 2 €). Buscamos el lugar adecuado, y montamos nuestro campamento, con ciertos aires de Gastetxe. 2 tiendas de campaña, 3 hamacas y una Ikurriña que no tardo en triunfar (flipé cuando un mexicano nos vino a hablar de Kortatu y Fermín Muguruza).
Ya instalados, comenzaron 3 días de tranquilidad (tónica general del viaje), alterada por las hogueras nocturnas con vecinos de tiendas, méxicanos la inmensa mayoría, y con los que hubo un rollo cojonudo en todo momento. Los días transcurrían entre paseos, baños, hamaqueo, cocos, pescadito, más cocos, cervezas, sol y más cervezas.
Lo mejor de esta playa era la diversidad de gente que había. Desde nuestros vecinos, una pareja de 40 años pasados, más majos que la hostia y con un rollo hippie elegante, hasta otros que se sentían los más hippies por su admiración a los alucinógenos (pero que nos hicieron pasar ratos muy divertidos). Tuvimos la suerte de encontrar gente encantadora, con la que las noches pasaban volando alrededor de una buena hoguera (todo ello amenizado por tequila con toronja, por supuesto).
Para rematar la jugada, pudimos comprobar que Maruata es uno de esos lugares en los que no te sorprendes si mientras vas en una barca te encuentras con una tortuga o con dos ballenas. Sin duda, un lugar en el que perderse.
Continuará.
1 comentario:
Eso, eso que continúe porque se nota que Ken Follet estuvo por Gasteiz. "Al turrón" que eso es lo que queremos los lectores y lectoras, chismes y más chismes.
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